Bello es un pequeño pueblo de la provincia de Teruel. Uno de los tantos que encontramos recorriendo las carreteras secundarias de nuestra geografía donde apenas pasa el tiempo. Un municipio perteneciente a la Comarca del Jiloca, próximo a la Laguna de Gallocanta, donde la mayoría de sus habitantes tuvieron que migrar a Tarragona, Zaragoza, Barcelona o Valencia tiempo atrás, en busca de un porvenir más esperanzador que el que les prometía la tierra donde nacieron. Aun así, otros muchos han decidido seguir viviendo en su pueblo, y ganarse el jornal cultivando lo que da la tierra de secano o haciéndose cargo del ganado, principalmente ovino.
Ese es el caso de uno de sus vecinos, Amado, un pastor de sangre. Hijo, hermano y padre de pastor de ovejas. Un hombre de cincuenta años que cada día, antes que salga el Sol, se despierta y, acompañado de su perro, sube hasta las parideras donde guarda su rebaño, varias decenas de ovejas y mardanos.
Las parideras, el refugio de las ovejas
Las parideras son, para quienes lo desconozcan, unos refugios construidos de piedra a dos aguas con vigas donde se guarda por la noche el ganado. En ellas aguardan las reses y se protegen de posibles animales salvajes. Muchas de estas parideras tienen delante de la puerta principal un corral, denominado alar, dotado de un cobertizo. Cuando cada mañana el pastor abre el portón de la paridera, comprueba como el rebaño está en calma y que todos los animales están bien. Si alguna está enferma, la atiende con mimo y la aparta del grupo si es necesario. Además, el hecho de estar en mitad de la naturaleza hace que aquí vivan sin ningún tipo de estrés.
El oficio de pastor requiere mucho sacrificio, entrega, pasión y dedicación.
Las ovejas no saben de festivos ni de vacaciones. De ahí que pocos pastores queden en activo. Pero quienes se dedican a ello, saben que su esfuerzo vale la pena. Sin ellos, no podríamos disfrutar de una carne sabrosa y con carácter. Además, con el paso del rebaño, los campos permanecen limpios, evitándose así posibles incendios.
Este oficio, cuyos orígenes se remontan a miles de años atrás, se aprende de padres a hijos. Cada pastor sabe lo que más conviene a sus animales en cada época del año. No hay dos días iguales. Sí temporadas de más trabajo, por ejemplo en tiempos de partos, o épocas más duras por las inclemencias del tiempo. En invierno, «si nieva, no podemos sacar las ovejas de las parideras. Tenemos que echarles allí mismo el pienso. Y en verano, las altas temperaturas hacen que tengamos que adelantar la hora de inicio del pastor», comenta Amado.
Amado es un pastor de los de siempre, pero como tantos otros compañeros, sabe adaptarse a los nuevos tiempos. Comparte su día a día con otros pastores en sus perfiles sociales o a través del grupo de WhatApp que han creado, donde de lo que menos se habla es de ovejas. «Esa una manera de estar entretenidos. Los días son largos, aunque siempre encuentras un entretenimiento en el campo»afirma bastón en mano para ayudarse o sentarse y manta en invierno y en verano, pues como bien dice el refrán, «Ni por frío ni por calor dejes la manta pastor».
Cada día, con sus ovejas y sus perros pastores toma un camino distinto, buscando senderos que tengan buena hierba para que puedan trabajar bien sus reses, pues como bien apunta, «cuanto más come, mejor cría». Antes y tras pastar, las acerca a un abrevadero para que beban y tomen sal de las piedras de sal que allí encuentran.
Su rebaño lo forman más de 400 ovejas. Cada una de ellas, distintas. Ovejas blancas, negras, con cuernos algunas de ellas, otras con mamellas en el cuello, las dóciles con cencerro para guiar al resto… y el perro pastor, uno más, pero que cuanto menos se acerque al rebaño, mejor.
En su día a día Amado precisa pocos víveres. Un zurrón donde guarda la comida del día, buen calzado, la manta, un gorro para protegerse del Sol, el bastón, sus perros y su rebaño. Y al atardecer, hora de iniciar el camino de regreso a la paridera. Pocas indicaciones necesitan las ovejas para volver, ellas saben mejor que nadie por donde marchar. Aun si no fuera así el caso, la mejor guía para saber el camino andado es el propio rastro dejado: las cagarrutas y la hierba mordida.
En cuanto el rebaño de ovejas percibe que van de vuelta a las parideras y a los abrevaderos aligeran el paso. El sonido de los cencerros aumenta. Amado abre el portón del refugio y una tras otra comienzan a entrar, en orden ante la atenta mirada del pastor que las va contando para comprobar que ninguna se ha desperdigado por el camino. Vela que todo esté en orden y así, ya en la puesta del Sol, cierra el cerrojo y pone fin a la jornada. Mañana será otro día. Quizá sea domingo. Quizá sea lunes. Pero para él, simplemente será otro día. Y gracias que no estamos en época de parir, si no, a mitad de noche, tendría que acercarse con el candil para ver si alguna oveja ha parido.